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DUELO

DUELO: ¿QUÉ HAGO CON MI VIDA DESPUÉS DE UNA PÉRDIDA?

El DUELO NORMAL VS. DUELO PROLONGADO

Duelo normal

El duelo es un proceso natural, único y personal que permite a la persona atravesar el intenso malestar emocional que aparece tras una despedida o pérdida significativa. Cada individuo lo vive de manera distinta, en función de su historia, recursos personales y circunstancias.

Duelo prolongado

Hablamos de duelo prolongado cuando la intensidad y duración del sufrimiento son inusitadamente elevadas. Según el DSM-5-TR, el duelo prolongado se caracteriza por una duración superior a 12 meses, aunque algunos autores proponen el diagnóstico a partir de los 6 meses si existe un impacto funcional significativo.

Entre las características más frecuentes del duelo prolongado se encuentran:

  • Dificultades persistentes para aceptar la realidad de la pérdida.
  • Una intensidad emocional que interfiere de forma notable en la vida cotidiana.
  • Problemas de adaptación que impiden retomar las rutinas y relaciones habituales.

Durante este proceso, la persona suele oscilar entre dos polos:

  1. Focalización en la pérdida: La atención se centra de manera reiterada en el recuerdo de la persona fallecida, con tendencia al aislamiento y al retraimiento del resto de la vida.
  2. Reconstrucción de la realidad: Se intenta reconfigurar la vida mediante cambios de roles, recuperación de áreas vitales descuidadas y la búsqueda de nuevas experiencias que ayuden a integrar la pérdida de manera racional.

Cuando no se logra avanzar hacia el polo de la reconstrucción en un tiempo razonable, pueden aparecer síntomas propios del duelo prolongado o patológico.

Indicadores de duelo patológico

Existen señales de alarma que pueden ayudarnos a identificar que el duelo se ha cronificado:

  • Incredulidad persistente ante la ausencia de la persona fallecida.
  • Dolor emocional intenso que no disminuye con el tiempo.
  • Incapacidad para retomar las actividades sociales y cotidianas.
  • Apatía y embotamiento emocional que generan sensación de vacío, desesperanza y profunda soledad.
  • Culpa por seguir disfrutando de la vida sin esa persona, lo que conduce a boicotear actividades placenteras, especialmente aquellas que se compartían.
  • Dificultad para elaborar nuevos proyectos o expectativas de futuro.

Es frecuente que algunas personas se queden “enganchadas” a los recuerdos, alimentando su presencia de manera constante, mientras que otras pueden experimentar estados de disociación, como si la realidad les resultara ajena y permanecieran más vinculadas a la persona que se ha ido.

En estos casos, también es habitual la aparición de síntomas ansiosos, depresivos o somáticos, así como alteraciones del sueño, del apetito y del autocuidado en general.

La importancia de buscar ayuda

Contar con apoyo profesional es fundamental para evitar que el proceso se perpetúe y poder reconectar con la vida previa y los propios valores.

El acompañamiento terapéutico permite:

  • Restaurar el vínculo con el momento presente.
  • Adaptar roles, rutinas y valores a la nueva realidad.
  • Integrar la pérdida como un acontecimiento relevante en la biografía, pero no el único ni necesariamente el más determinante.
  • Elaborar un futuro con sentido y mantener los vínculos con el presente.
  • Manejo de las emociones dolorosas
  • Establecer una conexión redimensionada con la persona que se ha ido.

Rosa María Díez Vallejo

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